Época:
Inicio: Año 1900
Fin: Año 1925

Antecedente:
Artes plásticas en el Modernismo

(C) Mireia Freixa



Comentario

En los años noventa del siglo XIX, los artistas españoles asumirán la evolución plástica europea, y en particular la procedente de París a partir de las aportaciones del impresionismo. París se ha convertido en el centro de atracción para los artistas, a pesar de que las academias u otros centros de arte oficial continuaban enviando sus alumnos a Roma. Roma era la capital del arte oficial, mientras París atraía a los nuevos artistas que buscaban crear un arte más al gusto de la nueva clientela burguesa, y acorde con las nuevas formas de vida. Porque los artistas no buscaban en París únicamente nuevos modelos plásticos, sino también otros caminos para canalizar su producción.
Los talleres de los artistas y las escuelas privadas substituyen a las academias oficiales, los nuevos marchantes les ofrecen una nueva forma de establecer contacto con los posibles compradores, y, sobre todo, París permitía una amplia posibilidad de exposición de la obra de los artistas en la pluralidad de Salones, según las distintas tendencias plásticas. En una palabra, tenía todos los elementos necesarios para convertirse en el centro de atracción de artistas de todo el mundo: la atmósfera de libertad artística que se respiraba en sus calles, la bohemia de los círculos de artistas y escritores, entre otras causas, convierten a París en el centro de producción del arte moderno, y -lo que nos interesa resaltar especialmente- de su difusión.

Serán los artistas catalanes y los vascos los que inicien el que será, durante todo el siglo XX, el viaje obligado a París. Los pintores Santiago Rusiñol (1861-1930) y Ramón Casas (1866-1932) fueron en Cataluña los primeros entusiastas innovadores de la modernidad. Rusiñol llegó a París a inicios de 1889, donde se encontró con Miguel Utrillo y el escultor Enric Clarasó (1857-1941). Los tres compartían el mismo taller y forman un grupo de trabajo al que se les une enseguida Ramón Casas. La renovación que se aprecia en la pintura catalana de esta década -una renovación tanto técnica como temática- se debe al intenso trabajo de Casas y Rusiñol en este período, en el que producen una serie de obras de muy similar factura, en las que la huella personal de uno u otro queda muy matizada por el trabajo colectivo.

Para los artistas catalanes más jóvenes, como Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959), Isidre Nonell (1873-1911), Ricard Canals (1876-1931) o el malagueño formado en Barcelona, Pablo Picasso (1881-1973), el viaje a Francia fue también una cita imprescindible. El primer artista vasco que inicia el viaje a París es Adolfo Guiard (1860-1916), por su parte, Ignacio Zuloaga (1870-1945), amigo de Rusiñol, llega a París en 1889, pero Italia juega también un papel importante en su formación; finalmente, señalamos los artistas que trabajan allí, ya en la primera década del siglo XX: Juan de Echevarría (1875-1931), Francisco Iturrino (18641934), o Aurelio de Arteta (1879-1940), que asimilan las corrientes de las primeras vanguardias europeas.